El reyecito.
Traducción del cuento de Salman Rushdie, que aparece publicado el 22 de julio de 2019 en The New Yorker.
En este último tiempo, estuve haciendo la traducción, autónoma y por puro amor al arte, de The Little King, un cuento escrito por Salman Rushdie y publicado en The New Yorker el 22 de julio de 2019.
Como en muchas de sus obras, aborda temas como la nacionalidad,el multiculturalismo, las etnias, la migración. Pero este cuento en particular resulta interesante por tratar el tema de la corrupción ligada a la venta ilegal de fármacos, y el autor la presenta, hasta cierto punto, como una forma de eficiencia y agilidad burocrática. En muchos lugares del mundo, la corrupción y el soborno forman parte de la cultura. No es con la intención de justificar este acción bajo ningún punto de vista, pero sí es indiscutible que si se crece en ese entorno en donde se naturaliza cierto tipo de comportamiento, ¿vale realmente condenar a la persona que acciona de este modo más que a la sociedad corrupta que lo lleva a hacerlo?
Algo que ilustra esta idea es el personaje de Quichotte, por ejemplo; un hombre mayor, solitario, simple, abatido por la sociedad de consumo, personaje que podríamos interpretar como un símbolo de inocencia y pureza. Y sin, embargo, al final del cuento, vemos que se encuentra en una encrucijada entre el bien y el mal. Podemos condenarlo por el camino que elige tomar finalmente o, por el contrario, podemos pensar que la sociedad finalmente lo ha vencido. Quedará en el lector emitir el juicio final.
Con respecto a la traducción del cuento, me gustaría hacer algunas aclaraciones. En primer lugar, vemos que los nombres han sido traducidos, aparecen en español. Esto es algo que casi nunca hago en traducción literaria, pero en este caso el texto lo pedía: los nombres expresaban tal ironía que resultó imperativo hacer una traducción literal de ellos. Y el efecto final, creo, refleja ese sarcasmo y cuota de burla que aparecen en el texto original.
En segundo lugar, traduje el cuento al español rioplatense, (es mi variedad lingüística, y me enorgullece usarla). Muchos podrían estar en desacuerdo: quizás, no suena creíble que un hombre de origen indio, que vive en los Estados Unidos, utilice el voseo, por ejemplo. Pero personalmente, cada vez que traduzco siento la necesidad de hacer el texto amigable para los lectores de acá (o al menos los que yo creo que podrían a llegar a leer mis traducciones). Creo, además, que la corrupción pertenece en tal medida a la idiosincrasia argentina que, cuando leía los diálogos, podía perfectamente imaginarlos teniendo lugar en un escenario argentino.
Ahora sí, los dejo con la lectura. Espero la disfruten.
This is a translation of Salman Rushdie’s short story, The Little King, which was published on July 22, on the New Yorker, a translation which I have been working on out of pure enthusiasm and for art’s sake.
As in many of Rushdie’s works, themes such as nationality, migration, cultural diversity appear in this story. But what turns out to be interesting is how the writer deals with the subject of corruption, since it is presented, up to a certain point, as a way of surviving a harsh reality. Which strikes the question: who is to blame for corruption, the individual or the authorities who give room to bribery and corruption to occur? This is clearly represented by the character of Quichotte: an elderly, lonely man who has been restfallen by consumption society, a symbol of innocence and purity who in the end, stands at an important crossroads. It will be up to reader to judge his ultimate choice: is he part of the crime squad or is he a victim of the circumstances?
I have enjoyed the translation tremendously, since there were many decisions to be made in the target language that opened the door for self-debate. I will not expand on them here, as I consider that it is worth discussing them in the target language. But if you do read Spanish, then you are more than welcome to read my translation and draw your own conclusions!
El reyecito
Por Salman Rushdie. Traducido por María Soledad Berdazaiz.
Hubo una vez un viajero de origen indio, edad avanzada y facultades mentales en disminución, que vivió en una serie de domicilios temporarios dentro de los Estados Unidos de América y que desarrolló una pasión enfermiza (pues era completamente unilateral) por cierta celebridad de la televisión; la hermosa, ocurrente y adorada anfitriona de un programa de entrevistas, la señorita Salma R., a quien nunca había conocido: una obsesión que él describía, con bastante inexactitud, como amor. En nombre de este supuesto amor, él se bautizó Quijote, en honor a la ópera «Don Quijote», y decidió ser el caballero andante de su amada, buscarla afanosamente en la pantalla de televisión dentro de cualquier realidad aumentada de alta definición en la que ella y los suyos habitaban, y, mediante hechos y palabras, ganar su corazón.
La verdad era que Quijote ya casi no tenía amigos: no tenía un grupo social, una cohorte, ninguna pandilla, ningún amigo verdadero, ya que hacía mucho que había abandonado la actividad social. En su página de Facebook, se había hecho «amigo» o lo habían «agregado como amigo» un grupito menguante de comerciantes ambulantes como él, y también una mezcla de corazones solitarios, fanfarrones, exhibicionistas y damas salaces que se comportaban con el erotismo justo que las normas puritanas de la red social les permitían. Cada uno de estos «amigos», por así decirlo, se dio cuenta de cuál era la naturaleza de su plan cuando lo posteó de manera entuasiata en su muro: un plan disparatado, que rozaba la locura. Intentaron disuadirlo, por su propio bien, de acechar o acosar a la señorita Salma R. En respuesta a su posteo, hubieron emojis enojados y bitmojis que hacían gestos admonitorios con el dedo en tono reprobatorio, y hubieron gifs de la mismísima Salma R poniéndose bizca, sacando la lengua, girando el dedo sobre la sien, todos gestos s los que universalmente se los reconoce por significar «chiflado». Pero Quijote no se dejaría disuadir.
Había trabajado en ventas farmacéuticas por muchos años, a pesar de haber superado la edad jubilatoria y de que su mente comenzara a mostrarse cada vez más desequilibrada, errática y finalmente obstinadamente obsesiva, gracias a la amabilidad de su primo acaudalado, el Dr. R. K. Sonrisa, doctor en medicina, un emprendedor exitoso que, después de ver una producción de «Muerte de un viajante», de Arthur Miller, por televisión, se había negado a despedir a su pariente por temor a que ello acelerase el decaimiento del viejo.
El negocio farmacéutico del Dr. Sonrisa, siempre próspero, lo había convertido en multimillonario, gracias a que sus laboratorios Georgia habían perfeccionado el «spray». de aplicación sublingual para el tratamiento del dolor, el fetanilo. La aplicación sublingual en spray del potente opioide brindaba un alivio más rápido a los pacientes terminales de cáncer que sufrían de lo que en la comunidad médica se denomina eufemísticamente «dolor irruptivo». El dolor irruptivo es un dolor insportable. El nuevo spray lo hacía soportable, al menos durante una hora. El éxito inmediato de este spray, patentado y denominado ConSonrisa™, le permitió al Dr. R K. Sonrisa darse el lujo de emplear a su viejo y pobre pariente sin tener que preocuparse demasiado por su productividad.
Pero inevitablemente llegó el día en que tuvo conocimiento del verdadero alcance de los delirios de su primo, y el Dr. Sonrisa no tuvo más remedio que mandarlo a freír churros. Le dio la noticia a Quijote de la mejor manera posible: él mismo voló en persona desde Aviación General en el Aeropuerto Hartsfield-Jackson en su G650ER nuevito para encontrarse con Quijote en Flagstaff, Arizona, después de recibir una llamada preocupante del Dr. D. F. Winona, director de West Flagstaff, Medicina Familiar, a quien Quijote, increíblemente, le había confiado durante su encuentro que estaba pensando en acompañar a la encantadora señorita Salma R. a la próxima fiesta de los Oscars de Vanity Fair, después de la cual su romance clandestino finalmente sería de público conocimiento.
Quijote y el Dr. Sonrisa se encontraron en la habitación de Quijote en la posada Relax, sobre la histórica ruta 66, a tan solo seis kilómetros del aeropuerto Pulliam. Conformaban un extraño par: Quijote alto y parsimonioso y el Dr. Sonrisa petiso, rebosante de energía y sin duda el jefe.
— ¿Cómo se te ocurrió? — preguntó con tristeza, pero con una nota de irrevocabilidad en su voz, como diciendo «esta vez no te puedo salvar», y Quijote, de frente a su propia aseveración descabellada, contestó:
— Es verdad, me adelanté un poquito, y te pido disculpas por haberme dejado llevar, pero ya sabes cómo somos los amantes, no podemos evitar hablar de amor — Estaba usando el control remoto para ir de un partido de básquet en ESPN a un programa sobre un crimen verdadero en Oxygen, y su actitud le pareció al Dr. Sonrisa afable pero distraída.
— Vos entendés — dijo el dr. Sonrisa con la mayor amabilidad que pudo tener — que te voy a tener que despedir.
— Ah, no hay problema — contestó Quijote — , porque casualmente me tengo que embarcar de inmediato en mi búsqueda.
— Ya veo — dijo el Dr. Sonrisa con suavidad — . Bueno, quiero agregar que estoy preparado para ofrecerte una indemnización en un solo pago, no es una fortuna pero tampoco es despreciable; tengo el cheque aca para dártelo. Además, vas a ver que los planes de pensiones de Fármacos Sonrisa no son amarretes. Espero, y creo, que te las vas a poder arreglar. También, cuando estés en Buckhead o en Golden Isles en verano, las puertas de mis casas van a estar siempre abiertas. Podés venir y comer un biryani con mi mujer y conmigo.
La señora Feliz Sonrisa era una morocha regordeta con el cabello peinado con las puntas hacia afuera. Era, según decían, una estrella en la cocina. Era una oferta tentadora.
— Gracias — dijo Quijote guardándose el cheque en el bolsillo — , ¿puedo preguntarte si está bien que la lleve a mi Salma cuando los visite? Cuando estemos juntos vamos a ser inseparables. Estoy seguro de que va a estar encantada de comer el biryani de tu esposa.
— Por supuesto — le aseguró el Dr. Sonrisa, y se levantó para irse — . Traela, desde luego. Otra cosa — agregó — , ahora que estás jubilado y ya no trabajás para mí, me podría servir pedirte de tanto en tanto, que me prestes personalmente a mí algún servicio privado. Como parte de mi familia cercana y de confianza, sé que voy a poder contar con vos.
— Con mucho gusto, haré cualquier cosa que me pidas — dijo Quijote haciendo una inclinación con la cabeza — . Has sido el mejor de los primos.
— No será nada complicado, te lo aseguro — dijo el Dr. Sonrisa — , simplemente algunas entregas discretas. Y todos tus gastos estarán cubiertos, no hace falta que lo diga. En efectivo.
Se detuvo en la puerta de la habitación. Quijote tenía la vista fija en el partido de básquet.
— ¿Qué harás ahora? — le preguntó el Dr. Sonrisa.
— No te preocupes por mí — dijo Quijote dirigiéndole esa sonrisa feliz — , tengo mucho que hacer.
En la gran y próspera comunidad india de Atlanta, el Dr. R.K. Sonrisa era conocido como el reyecito. Algunos ancianos recordaban el personaje del cómic aficionado a las diversiones que llevaba el mismo nombre; un monarca semiesférico que vestía una prenda roja con cuello de piel, una corona de oro puntiaguda y tenía un bigote exuberante y retorcido. Le gustaban los placeres inocentes y las mujeres lindas. Si quitabas la corona amarilla, esa era también una buena descripción del multimillonario farmacéutico Sonrisa. Le encantaba jugar a los juegos de su infancia en la India, era un as jugando al Carrom en su casa de estilo colonial sobre la avenida Peachtree Battle, esponsoreaba a un equipo de hard tennis ball de la Atlanta Cricket League («¡Jugamos al cricket ocasionalmente pero con el atuendo profesional!») y de vez en cuando organizaba competencias de kabaddi informales en el Centennial Park. Se sentía satisfecho con su matrimonio con Feliz, la experta en biryani, pero no podía evitar hacerse el galán con cada mujer atractiva que se le cruzaba, así que su otro apodo, que la gente, principalmente las mujeres más jovenes de la comunidad, mencionaba solo a sus espaldas, era Manitos Largas.
A pesar de tener esta tendencia charlatana, era muy respetado: era benefactor del mejor periódico indio de Atlanta, el Rajdhani (o Capital), como para reafirmar que Atlanta era la capital de la India de América, y benefactor de la mayoría de las asociaciones comunitarias que estaban proliferando en la ciudad y que agrupaban a las personas por el estado de origen patrio pero también por su lengua (Bengali, Gujarati, Hindi, Tamil, Telugu), casta, subcasta, religión y deidades del hogar predilectas (Devi, Mahadev, Narayana y hasta Lohasur, el dios de hierro, Khodiyar, el dios caballo, y Hardul, el dios del cólera). Hacía generosas donaciones a grupos hindúes y musulmanes por igual, aunque no veía con buenos ojos la admiración generalizada por el líder indio Narendra Modi, su partido Bharatiya Janata y la organización que lo controlaba, el Rashtriya Swayamsevak Sangh o R.S.S. Había ganado popularidad dentro de la comunidad india en Atlanta e incluso se consideraba a sí mismo una fuerza unificadora, capaz de unir a los 75 mil musulmanes sudasiáticos del área con los cientos de miles de hermanos hindúes. No era un hombre demasiado religioso y jamás había pisado ninguna de las muchas mezquitas de la ciudad, ni siquiera la impresionante Al-Farooq Masjid en la calle catorce. «La verdad», les decía a sus amigos más cercanos, «es que, uno, no soy de los que rezan, y, dos, el templo Swaminarayan me gusta más». Al templo que se refería era el gran templo hindú en los suburbios de Lilburn. «Pero no me enriedes en todo eso, yaar», añadía. «Soy farmacéutico. Hago pastillas».
En cuanto al tema de medicamentos con receta, era directo, severo y, de acuerdo a cómo se desarrollaban los acontecimientos, completamente inmoral. «En nuestro país en los viejos tiempos», decía en una de las muchas galas de la comunidad, «siempre había algún dispensario en la esquina que entregaba drogas sin el recibo del médico. Sentado con las piernas cruzadas sobre una banqueta alta, el vendedor hace un gesto de indulgencia con la mano. “Vuelve después y me la das”, dicen, pero cuando vuelves a comprar más, nunca pregunta dónde está la receta anterior. Y si pedís veinte analgésicos, dicen “¿Por qué tan pocos? Llevate la caja. Ahorrate un problema. ¿Para qué vas a estar viniendo todas las semanas?” Es dañino para la salud de sus clientes, pero bueno para la de su negocio». Siempre había una risa nostálgica cuando decía eso, pero él apuntaba un dedo hacia las personalidades reunidas y chasqueaba la lengua. «Damas y caballeros, ¿no es gracioso».
Luego, cuando el mundo se le vino abajo, la gente decía: «Era como si se estuviera confesando abiertamente con nosotos. Parado ahí frente a todos nosotros, desafiándonos. Poniendo cara seria mientras nos decía que era un corrupto y de dónde había sacado la idea».
«A muchos nos ha ido bien en los Estados Unidos», seguía. «A mí también, a Dios gracias. Hoy, tenemos una buena vida aquí. Pero muchos de nosotros siguen creyendo que nuestras raíces están en el pasado. Eso no es verdad. Nuestros antiguos sitios ya no están, nuestras costumbres no son las de aquí, no se hablan nuestras lenguas. Solo nosotros llevamos estas cosas dentro nuestro. Nuestras raíces están adentro de nosotros y entre nosotros. Preservamos nuestra identidad en el cuerpo y en la mente. Por eso es que podemos movernos, podemos salir y conquistar el mundo».
Luego, cuando sus negocios estaban en la ruina, la gente decía «Era demasiado avaro. Quería conquistar el mundo. Eso también nos los dijo a nosotros, parado justo en frente nuestro. Confesó todo. Pero éramos muy necios para verlo».
Recientemente, su mujer había mejorado su imagen como nunca. A la señora Feliz Sonrisa le encantaban las artes y ahora le insistía a su marido en que se involucraran en ese mundo, aunque él pensara que las artes eran inservibles y que la gente involucrada en las artes eran unos inútiles. Al principio, había rechazado su deseo de establecer una fundación de mecenazgo para las artes, pero ella persistió y, cuando se enteró de la extensa participación que tenía la familia OxyContin en este tipo de trabajo, vio su oportunidad, pues adivinó certeramente que el espíritu competitivo de su esposo se vería estimulado. En el jardín de su casa en Peachtree Battle Avenue, junto al rododendro, con un julepe de menta al final del día laboral, le hizo frente:
─Tenemos que compensar, ¿no te parece? — Empezó — . Es lo que corresponde.
Él frunció el entrecejo, lo que le demostró que no iba a ser sencillo. Pero ella apretó firmemente la mandíbula y le devolvió el gesto de desaprobación.
— ¿Compensar qué? — le preguntó. — ¿Qué hemos tomado que tenemos que compensar?
— No, eso no — dijo ella, con un tono de lo más engatusador — . Simplemente quiero decir retribuir a la sociedad, por pura generosidad y en agradecimiento por las tantas, tantas bendiciones que hemos recibido.
— La sociedad no me ha dado ninguna bendición — replicó él — . Lo que tengo me lo gané con el sudor de mi frente.
— La khandaan OxyContin, ellos devuelven mucho — dijo ella, jugando su carta — . Su apellido es tan, tan respetado. ¿No querés que tu apellido sea tan, tan respetado también?
— ¿Qué querés decir? — dijo él, con interés.
— Tantas, tantas alas tienen — dijo ella — . El ala del Museo Metropolitano se llama así por ellos, y también el ala del Louvre, y también del London Royal Academy. Un pájaro con tantas, tantas alas puede volar tan, tan alto.
— Pero nosotros no somos pájaros. No tenemos necesidad de tener alas.
— En el Tate Modern tienen una escalera con su nombre, En el Museo Judío en Berlín tienen una escalera mecánica. Tienen una rosa, también, rosada, con su nombre. Tienen un asteroide en el cielo. Tantas, tantas cosas tienen.
— ¿Por qué me tienen que importar los asteroides y las escaleras mecánicas?
Ella sabía qué responder:
— ¡Por la marca! — exclamó — . Comprás los derechos de denominación, tu nombre va a ser glorificado. Va a ser tan, tan glorificado. Y la gloria es beneficiosa para el negocio, ¿no? Tan, tan bueno.
— Sí — dijo él — . La gloria es beneficiosa para el negocio.
— Entonces. Tenemos que compensar, ¿no?
— Estuviste investigando — supuso él acertadamente. Ella se sonrojó y sonrió.
— Ópera, galería de arte, universidad, hospital — dijo ella dando aplausos — . Todos serán tan, tan felices y tu nombre será tan, tan grande. La colección de arte también es beneficiosa. El arte indio está en boga ahora. También el arte chino, pero tenemos que apoyar a los nuestros, ¿no? Los precios se están disparando, así que el potencial de inversión es bueno. Tenemos muchas paredes vacías. También podemos dejar cuadros en préstamo permanente en los mejores museos, y así tu nombre va a ser tan, tan glorificado. Dejame que haga esto por vos. Además — dijo para cerrar el argumento — , las mujeres del mundo del arte son tan, tan hermosas. Eso es todo lo que diré.
Amaba a su esposa.
— De acuerdo — dijo — . El Ala Sonrisa, la extensión Sonrisa, la galería Sonrisa, el balcón Sonrisa, la guardia Sonrisa, el ascensor Sonrisa, el baño Sonrisa, la estrella Sonrisa en el cielo.
Ella empezó a cantar:
— Cuando sonríes — entonó. Era su canción — . Cuando sonríes …
— Todo el mundo sonríe con vos — dijo él.
Muy bien. Es hora de develar algunos secretos celosamente guardados por el Dr. R.K. Sonrisa y los ejecutivos de las altas esferas de Fármacos Sonrisa Inc. (FSI, aunque todos lo pronunciaban «faso»). Estos secretos tienen que ver sobre todo con la vida oculta del producto principal de la empresa, SonRisa™ , el fetanilo sublingual en spray que hacía a la fortuna de la empresa. No va a ser una historia linda. Después de todo, se trataba de un hombre en el pico de su carrera, un hombre generoso, muy respetado e incluso que comenzaba ser amado. Nunca es agradable tirar abajo a un personaje así, mostrar su hilacha. Tales revelaciones manchan a toda la comunidad y muchos piensan que es lavar los trapitos sucios de la comunidad en público. Pero cuando una fachada se empieza a derrumbar, es solo cuestión de tiempo hasta que los trapitos sin lavar quedan a la vista pública.
Pero comencemos por el principio: mucho tiempo atrás, cuando el Dr. R.K. Sonrisa recién comenzaba en el negocio de los fármacos, fue a la India a visitar a amigos y familiares, y un día, en una calle de Bombay, se topó con un mocoso harapiento que repartía tarjetas de negocios. Agarró una. «¿Es usted alcohólico?», decía. «Nosotros podemos ayudarlo. Llame a este número para recibir alcohol en su casa».
Qué buen modelo de negocio, pensó.
Hasta el día de hoy todavía guardaba esa tarjeta y FSI había seguido el magnífico modelo de negocio con gran éxito, ya que enviaba productos en cantidades monstruosas incluso a pequeños pueblitos. Cuando se pronunció la sentencia, comenzaron a salir a la luz algunos datos alarmantes. Por ejemplo, que durante 2013 y 2018, FSI hizo un envío anual de cinco millones de dosis de opioides altamente adictivos a una farmacia en Kermit, West Virginia (pobl.: 400 habitantes). Se enviaron seis millones de dosis de opioides a una farmacia en Mount Gay, West Virginia (pobl.: 1800 habitantes). Llame a este número y reciba el alchohol en su casa, ciertamente. Muchos doctores y farmacéuticos hicieron esa llamada.
Una característica única del departamento comercial de FSI, una característica que distinguía a FSI dentro del ámbito farmacéutico era que uno podía unirse incluso si no tenía experiencia en ventas de fármacos o título universitario o estudios en ciencia. Solo dos requisitos eran necesarios. Tenías que tener una personalidad entusiasta y agresiva, y además ser extremadamente hermosa.
FSI presumía del personal de ventas más atractivo de los Estados Unidos. Tal como se supo luego, la jefa de ventas de la región este de FSI, una tal Dawn Howe, antes fue bailarina en Jennifer’s, un club de striptease en Savannah. En FSI, era la responsable de la venta de SonRisa™ (una droga tan peligrosa que requería su propio protocolo de prescripción) en la populosa costa este. Ivan Jewel, el jefe nacional de ventas de Sonrisa, tenía una confianza absoluta en sus habilidades. Jewel tenía experiencia en ventas en acuarios y dispositivos de ensayo para la apnea del sueño, y había manejado una agencia online con base en New Jersey de reventa de entradas, cuyo registro empresarial había sido suspendido por no presentar un informe anual por dos años consecutivos. Era también muy guapo, al estilo Clint Eastwood, como a él le gustaba decir, «Cualquier cosa por unos dólares más». Concordaba con el Dr. Sonrisa en que un club nudista de Georgia no era el sitio tradicional en el que Big Pharma generalmente reclutaba al personal, pero insistía en que Dawn Howe era una empleada valiosísima. «Es cariñosa, comprensiva, sabe escuchar», decía. «Hay que ver a estos médicos que tratan el dolor. De día, de noche, viven rodeados de agonía extrema y cáncer. Luego llega esta hermosa mujer, una distracción agradable, primero, que quiere escuchar todos tus lamentos, quiere que dejes salir todo el estrés, tal vez te masajea un poco los hombros, lo que sea, eso es más que agradable, segundo, y entonces quiere venderte algo, lo comprás, listo, tercero, trato hecho. Para mí, es de esas personas que cierran el trato. La uso (a) después del primer acercamiento hecho por otra persona de ventas, y (b) cuando tengo un cliente indeciso, que ayer dijo que sí, hoy no, y necesitamos que mañana diga que sí. Una chica hermosa que se preocupa por vos es lo mejor en estos casos. Es como una versión de sus esposas, pero hermosa y sin compromisos».
Al reyecito, también conocido como Manitos Largas, le gustaba esa explicación. «Si hay más chicas como ella», le decía al jefe de ventas, «conseguímelas a todas».
Pero la belleza del equipo de ventas, mujeres despampanantes que visitaban a médicos especialistas en tratamiento del dolor, y hombres que estaban fuertísimos al estilo Clint Eastwood que visitaban a las mujeres médicas, no era suficiente por sí misma para explicar los altísimos números de las ventas. La belleza sumada al entusiasmo y la agresividad aún no eran suficiente. Cuando querías presentar un droga restringida a oncólogos matriculados, necesitabas varias otras técnicas «Incentivos». Esa era una palabra más acertada que técnicas. Varios otros incentivos.
Fue al mismísimo Dr. R. K. Sonrisa a quien se le ocurrió lo del panel de conferencistas. De hecho, la idea de reclutar a médicos de renombre para que recomienden ciertos medicamentos a otros médicos era antigua. El boca en boca era siempre el mecanismo de marketing más eficaz. Pero si querías hacer usos no aprobados… mmm. Eso estaba al límite. Tal vez un poco más allá del límite, porque el uso no aprobado suponía que los médicos tenían que recetar una droga para fines distintos de los indicados. O, por supuesto, con ningún fin, lo cual implicaba hacer la vista gorda frente al uso recreativo o a las adicciones, en el peor de los casos. Otro término más coloquial para hablar de los usos no aprobado podría ser «traficante de drogas». O incluso «capo narco».
«Me pasé toda la vida cruzando fronteras», decía el dr. R. K. Sonrisa en el acto inaugural de la AINCO FSI (Ampliación de la Información y el Conocimiento de Fármacos Sonrisa) en Eureka, Montana, una reunión más bien pequeña que se llevaba a cabo en el histórico centro comunitario, un edificio de madera de una planta de estilo rústico. «Una vez, lo leí en un libro: si volás por encima de la tierra y mirás hacia abajo, no ves fronteras. Esa es mi postura. Soy un tipo que está en contra de las fronteras y a favor de volar alto». Ese era el espíritu secreto de FSI. Todos estaban en lo alto, más alla de las fronteras. Con el tiempo, el proyecto del panel de conferencistas tuvo métodos más sofisticados. A los médicos se los identificaba y se los contrataba, se pagaban honorarios y luego, con bastante frecuencia, los sucesos desafortunadamente no se llevaban a cabo debido a circunstancias imprevisibles, pero los términos de los contratos con los médicos establecían que los honorarios por dictar conferencias no eran reembolsables. Un presupuesto de tres millones de dólares al año, entregados en dosis sustanciales de, por ejemplo, 56 mil dólares al año, o 45 mil dólares al año, o 33 mil dólares al año, o 43 mil dólares al año, o incluso 67 mil dólares al año, ¡a cambio de entablar compromisos de oratoria que en realidad no se tenían que llevar a cabo! Este presupuesto ofrecía oportunidades que resultaban atractivas para muchos médicos. Este presupuesto compraba, o para decirlo con más cortesía, contrataba a varios médicos experimentados. Y eran médicos rudos, dispuestos a recibir estas sustanciales sumas de dinero a cambio de recetar SonRisa™ para usos que no estaban indicados en el prospecto, dispuestos a recomendar esta práctica a otros médicos, y capaces de soportar la presión que siguiera.
Sí, desafortunadamente algunos eran investigados por la junta médica en su Estado, ¡pero simplemente lo manejaban! Pagaban las multas y seguían adelante. Sí, desafortunadamente, en el peor de los casos, se tomaban medidas disciplinarias cuando, desafortunadamente, algunos de los médicos más rudos iban demasiado lejos. Cuando, desafortunadamente, les entregaban, en teoría, recetas firmadas con antelación a los pacientes y algunos de estos pacientes se morían de sobredosis por las drogas recetadas. Cuando desafortunadamente, recetaban, en teoría, SonRisa™ a personas que no sufrían dolor por el cáncer. Cuando desafortunadamente, en teoría estafaban a Medicare por millones y millones de dólares. ¡A un especialista en tratamiento del dolor de Rhode Island que también era un conferencista de la AINCO FSI lo reprendieron! ¡Un neurólogo que era un conferencista de AINCO FSI fue arrestado! Estas cuestiones eran escandalosas para el Dr. Sonrisa y para todo el equipo FSI. Se apresuraron a rectificar y/o finalizar la relación con estos profesionales de la salud. SFI era una empresa respetable. Manejaban un panel de conferencistas de manera extraoficial, eso es todo. No se hacían responsables de lo que sus oradores hicieran por su cuenta.y no permitirían que nadie los tomara como tales. Era rídiculo, calumnioso incluso, poner en duda la moral del personal de FSI.
Uno de los médicos predilectos del Dr. R.K. Sonrisa, el Dr. Arthur Steiger, especialista en tratamiento del dolor y oriundo de Cormac, Arizona, recibió la orden de dejar de recetar analgésicos por completo mientras se investigaban las acusaciones en su contra. En ese momento, recibía más honorarios de oradores de AINCO FSI que ningún otro médico, aunque, desafortunadamente, los tan esperados eventos para los que había facturado por hablar habían tenido que cancelarse por factores imprevisibles. El Dr. Steiger se había defendido cuando se lo acusó. “Se trata de una campaña en contra de los médicos que recetan opioides con regularidad”, dijo. “Pero yo soy agresivo. Ayudo a mis pacientes de manera agresiva. También me preocupo. Mi preocupación es agresiva. Soy así”.
“Ni yo lo podría haber dicho mejor”, le dijo el Dr. R.K. Sonrisa a Feliz después de leer la declaración. Ella asintió con ternura. “Vos también sos un luchador como este Dr. Arizona”, le dijo. “Mirá cómo luchaste por tu familia. Tantos, tantos logros, tanto, tanto éxito. Y cuando haya terminado mi trabajo y tu nombre esté por todas partes, museos, salas de conciertos, acuarios, parques, entonces vos también vas a ser tan, tan respetado por tanta, tanta gente, y todo este ruido se irá. Es la Época donde Todo Puede Suceder”, explicó. “Es lo que oí en la televisión. Y voy a hacer que todo suceda para vos. Su apoyo lo conmovió. Amaba a su esposa. Se preguntó si le molestaría que le pidiera que bajara un poco de peso.
Los extremos de las alas de G650ER dobladas hacia arriba le hacían acordar al Dr. R. K. Sonrisa al peinado de su mujer. Si el pelo de Feliz Sonrisa fuese un jet ejecutivo, pensó, lo llevaría a Dubai sin escalas. El avión era su juguete predilecto. A veces, si el día estaba calmo y soleado, iba desde Hartsfield-Jackson y se pasaba varias horas en el cielo, sobrevolando Stone Mountain y Athens, Eatonton, y Milledgeville, o los bosques de Chattahoochee y Talladega, o la ruta de la Marcha de Sherman. “Stonewall” Jackson, Robert E. Lee, Brer Rabbit, el árbol que se pertenece a sí mismo y la Guerra de Secesión estaban todos allí abajo, y él estaba arriba, y en ese momento se sentía un verdadero hijo del Sur, aunque, por supuesto, no lo era. Había intentado leer Lo que el viento se llevó y de aprender las letras de Zip-a-Dee-Doo-Dah y Old Folks at Home, pero ni la ficción ni la música eran lo suyo. También, como todos los elementos culturales, le recordaban a su esposa, y cuando volaba, no iba con Feliz. En cambio, invitaba a un puñado de las más atractivas representantes de ventas de FSI , las antiguas compañeras de Dawn Howe en el club nudista Jennifer en Savannah, y lo que sucedía en el aire, quedaba en el aire. El Dr. R. K. Sonrisa no era un esposo perfecto (lo admitía en sus raros momentos de reflexión) pero en su opinión, estos episodias: (a) no sucedían en la tierra y, por lo tanto, no contaban, y (b) lo hacían de hecho mejor marido, ya que satisfacía sus necesidades recreativas más urgentes, sus deseos no autorizados.
Mientras volaba de vuelta a casa desde Flagstaff, después de su encuentro con el viejo Quijote se sentía triste y ni siquiera las atenciones de seis damas de ventas en simultáneo pudieron llevarse su pesar. Su pobre pariente siempre había sido un anómalo en el rango de empleaods de FSI , viejo entre los jovenes, demacrado entre los atractivos, una figura solitaria, permanentemente fuera de sintonía, el abuelo loco de todos. Y aún así, se conducía con cierta dignidad, vestía ropa inmaculada y bien arreglada, tenía buenos modales y hablaba correctamente, poseía un vocabulario envidiable, casi siempre estaba de buen humor y podía desplegar, en cualquier momento, su único atractivo, que era su sonrisa. El Dr. R. K. Sonrisa temía lo peor ahora que había dejado ir a Quijote. El viejo se vendría abajo hasta ser una especie de dharma bum, yendo de aquí para allá sin rumbo fijo, fantaseando con un sueño de amor imposible. Y un día de estos, el Dr. R. K. Sonrisa recibiría una llamada desde algún motel en el medio de la nada y entonces tendría que subirse al G650ER y traer el cuerpo del viejo de vuelta a Atlanta y enterrarlo en Cobb County o Lovejoy. Ese día no debía de estar muy lejos.
En su útlima conversación con Quijote, había dejado entrever su petición para que realizara algunas tareítas privadas, algunos envíos discretos, pero no lo había dicho en serio. Había sido una forma de salir del cuarto y dejar a Quijote con algo de dignidad y la sensación de que todavía lo necesitaban. La división V.I.P o de servicios privados de Fármacos Sonrisa no existía oficialmente, y su existencia no oficial solo era conocida por un pequeño grupo, que no incluía a la leal esposa del Dr. R. K. Sonrisa. Los discretos servicios orientados los deseos los famosos constituían una subsección de la economía estadounidense que era importante no ignorar, aunque lo verdaderamente importante aquí era la palabra “discretos”. El Dr. R. K. Sonrisa era discreto y estaba dispuesto a visitar a las personas adecuadas. Últimamente, la demanda de SonRisa™ por parte de estos clientes especiales, dignos de visitar, había aumentado con creces debido a un cambio en la fórmula de OxyContin que disminuía la atracción para los usuarios recreativos, y a un aumento en el conocimiento de los clientes de que el spray sublingual ofrecía gratificación instantánea de un modo en que otros productos populares no lo hacían. Cada vez más barrios cerrados, desde Minneapolis hasta Beverly Hills, se animaban a sus autos de alquiler modestos. Él mismo, pequeño, físicamente insignificante, era fácil de olvidar, y ser fácil de olvidar era una ventaja en este tipo de trabajo. Como todos en Estados Unidos, el Dr. Sonrisa estaba sometido a las celebridades, y cuando entraba a los tocadores y cavernas de rostros y cuerpos de tapas de revistas, experimentaba una profunda felicidad yankee, que aumentaba con el conocimiento secreto de que su patrimonio neto era seguramente mayor que el de la mayoría de los dueños de esos inmensamente celebrados, esos eróticos y populares ojos, bocas, pechos y piernas, esas primeras manifestaciones de lo que el Dr. Sonrisa (un médico, después de todo) pensaba que eran la perfección asistida por profesionales. Él también era un profesional. A su manera, él también podía asistir.
Cuando le llegó un rumor, el murmuro más tenue de alguien de su círculo cercano de médicos del panel de conferencistas, acerca de que a cierta actriz de películas indias convertida en superestrella de la televisión diurna estadounidense le podría agradar una visita, el Dr. R. K.Sonrisa se rió a carcajadas aplaudiendo las manos. “Arré, kya baat! ” gritó en la privacidad de la oficina en su casa.
— ¡Wow, qué bárbaro!
Porque ahora, si todo salía como esperaba, podría hacer realidad el sueño imposible de su pobre pariente, aunque solo fuera por un momento, antes de que ocurriese la tragedia inevitable. Podría ser que estuviera en su poder, y en su corazón, reunir al viejo Quijote, atontado por la fantasía, cara a cara con su adorada dama.
Quijote, al llegar a Manhattan después de su largo viaje (su búsqueda de la señorita Salma R lo había llevado por Tulsa, Oklahoma; Beautiful, Kansas; Cleveland, Ohio; Bunyan, Pennsylvania; Chaucer, New Jersey, y Huckleberry, New York) se sentía como un caracol que estaba empezando a salir del caparazón. Aquí todo era bullicio y ajetreo, barullo y gente, todo aquello de lo que él se había escondido gran parte de su vida, ocultándose en el corazón del campo, llevando una existencia insignificante entre otras existencias insignificantes. Ahora estaba de vuelta en la gran sala, en la mesa de los que apuestan fuerte, apostando todo al amor.
Se alojó en el hotel Blue Yorker, que quedaba cómodamente ubicado a tan solo un par de cuadras de la salida del túnel. Costaba 103 dólares la noche e incluía estacionamiento, excelente valoración, y no requería DNI, no se hacían preguntas, el dinero se debía entregar por adelantado, y recién cuando entró al cuarto de temática Placeres Orientales se dio cuenta de que estaba en uno de los tantos hoteles alojamiento, con seis canales porno gratis en la televisión. La intensidad de la luz era regulable. Los espejos estaban ubicados en lugares estratégicos. La noche estaba repleta de ruidos, de placer, de dolor y de dolor placentero. Era difícil dormir profundamente.
Pero en los días que siguieron, Quijote estuvo pensativo y triste. Se quedó en su cuarto mirando televisión (no los canales porno). No fue a pararse afuera del edificio del departamento de la señorita Salma R., o afuera de su oficina barra estudio, con la esperanza de vislumbrar a la mujer cuyo corazón había venido a ganar a la ciudad. “Todavía queda mucho por hacer antes de ser merecedor de su presencia”, se dijo y luego, aparentemente, no hizo nada. El camino hacia la Amada estaba cerrado e, incluso cuando estaba tan cerca de ella, no sabía qué hacer para despejarlo.
Entonces, inesperadamente, recibió una serie de raros mensajes de su primo y antiguo empleador, preguntando dónde estaba. Pareció sorprendido cuando le confirmó que estaba en Nueva York, y le pidió reunirse inmediatamente junto a un roble rojo cerca de la estatua de Hans Christian Andersen en Central Park.
Fue al parque y el Dr. Sonrisa lo estaba esperando. Sombrero, tapado, un pequeño maletín de cuero, como uno de esos médicos del viejo mundo haciendo sus rondas. Pero en su mente se había gestado un cambio. Ya no era el hombre afectuoso y alegre que Quijote recordaba.
— ¡Primo querido! — clamó Quijote — ¡Me alegra verte!
— Vamos a caminar un poco — dijo el Dr. Sonrisa.
Quijote notó con tristeza que estaba de pésimo humor.
— Hoy pasó algo en Atlanta — dijo el Dr. Sonrisa mientras caminaban hacia la casa flotante — . Un suceso impactante, debo decir. Un suceso ofensivo que concierne a mi buena esposa.
— ¿La señora Feliz? — Gritó Quijote — . Esas son en verdad noticias inesperadas y lamentables. Espero que no le haya ocurrido ninguna desgracia.
— «Desgracia» es una palabra leve — dijo el Dr. Sonrisa con tristeza — . Te contaré lo que ha ocurrido. Tengo la necesidad de contárselo a alguien, y creo que puedo hablar con vos, porque, para decirlo sin vueltas, no sos nadie, no conoces a nadie, así que no podrías contárselo a nadie que fuese alguien y, además, estás en el límite de ser tonto también.
Este comentario, de un tono muy diferente a la manera con la que su primo siempre le había hablado, le resultó cruel a Quijote y en parte incorrecto.
— Pero todos son alguien — dijo con suavidad — . Aunque el lenguaje puede ser confuso. Cuando decimos «Acá no hay nadie» en realidad queremos decir que hay «alguien» que no está ahí. Si estoy acá, no puedo no ser nadie. Mirá — dijo, apuntado — . Ahí, ahí, ahí. Alguien, alguien, alguien — Apuntó hacia él. — Alguien — concluyó con orgullo.
El Dr. Sonrisa lo escuchaba con creciente impaciencia. -Repito -dijo-, casi tonto. Y no tengo tiempo para cháchara. Hoy tengo algo que decir sobre la injusticia del mundo para con un hombre que solo intenta hacer lo mejor que puede. Y también para con su mujer, una testigo inocente, de nombre Feliz y feliz por naturaleza. Estaba con sus amigas -continuó el Dr. Sonrisa. Un círculo de mujeres filantrópicas de ideas afines, reunidas, como era su costumbre, en La casa de té subacuática del Dr. Bombay en Candler Park.
— ¿Subacuática? — Quijote estaba confundido.
— Es un nombre nada más — dijo el Dr. Sonrisa de manera cortante — . Es una casa de té, no un submarino.
Quijote inclinó la cabeza.
— Entonces vinieron, ¿cómo se dice en Estados Unidos? Con paso firme.
— ¿Las mujeres filnatrópicas de ideas afines?
— La fuerzas del orden — dijo el Dr. Sonrisa. Chalecos antibalas, perros, armas de asalto, como si fuese una banda terrorista, no una reunión social. — ¿Y por qué?
— ¿Por qué?
— Por mí — dijo el Dr. Sonrisa — . Porque se me acusa de crímenes y, ante mi ausencia, fueron por ella. Hijos de puta.
— ¿Los oficiales de las fuerzas oficiales?
— Los que me traicionaron. Traicioneros hijos de puta. ¿Quién más le pudo haber dicho a la policía? Solamente la gente a la que hice rica. Sí, yo me enriquecí más, pero fui yo el que lo hizo posible. Doctorcitos acá, allá, que se hicieron ricos. Después me entregaron. Hijos de puta. ¿Cómo te pensás que te hacés rico en Estados Unidos? ¿Morgan, Carnegie, Vanderbilt, Mellon, Rockefeller? ¿En las casas de té submarinas? Yo hice lo que había que hacer. Según los modos estadounidenses, ¿no? Corrupción, de eso me acusan hoy. ¡Corrupción! ¡Yo! ¡Yo! ¡El Dr. R. K. Sonrisa! Todos saben que lo que yo hice no es corrupción. Es la cultura de nuestro viejo país. Estás en una estación de tren, digamos, Sawai Madhopur, y las filas para la ventanillas de los boletos son largas. Vas al mostrador y el empleado dice “Fila equivocada, anda y hacé fila por allá”. Es frustrante, ¿no? Frustra a cualquiera. Entonces está este chiquito, de unos diez años, que te tironea de la manga. “SSSS”, dice. “SSSS, ¿Quiere un boleto? Tengo un tío”. Y por supuesto, quiere algo por ese favor. Podés ser inteligente y dárselo, o podés ser tonto y negarte. Si sos inteligente, te das cuenta que es verdad que tiene un tío, y él puede llevarte con este tío a la oficina detrás del mostrador y con dos apretones el boleto está en tu mano. Si sos tonto, vas de fila en fila durante horas. Somos así simplemente. Estás en un jardín, digamos Thiruvananthapuram, y hay un traficante de antigüedades que te ofrece finos objetos de valor y vos querés traerlos a casa, Atlanta, Georgia, tal vez, para compartirlos con tu adorada familia. Pero hay leyes, ¿cierto?, que dicen que eso no está permitido. Así que podés ser tonto y decir “La ley es la ley”, o podés ser inteligente y decir “Esta ley es una mierda”. Si decís mierda, el traficante de antigüedades te llevará con la persona que tiene el sello gubernamental, la persona que necesita que la convenzan, el monto que costará convencerlo se especificará por adelantado, y en cinco minutos tu tesoro va camino a Buckhead. La ley es útil, de hecho. Te informa quién es la persona correcta a la que necesitás convencer. De lo contrario, gastás plata convenciendo a gente que no tiene el sello. No malgastes y no pasarás necesidades. Somos así, simplemente. Sabemos cómo funcionan las cosas”.
Hizo una pausa para retomar el aliento; jadeaba un poco. Quijote esperó paciente.
— Sos un tonto — dijo el Dr. Sonrisa y luego, como un globo que revienta, se apaciguó — . Pero un tonto que va a tener mucha suerte hoy. Yo hoy tengo una pésima suerte. Pero no me voy a esconder como una rata que se mete en el agujero. No voy a desaparecer como un ladrón en el medio de la noche. Me voy a rendir, voy a pagar la fianza que quieran, me voy a poner la tobillera de mierda y voy a dar batalla. Esto es Estados Unidos. Voy a pelear y voy a ganar. Sus palabras sonaban vacías, expresaban una fantochada que no sentía.
— Es un camino de acción admirable — dijo Quijote.
— Lo que nadie entiende — dijo el Dr. Sonrisa con el hastío de un hombre que lleva una carga que otros no están dispuestos a llevar — es que este negocio es cada vez más duro. Hago las cosas con responsabilidad, con personal médico, etcétera. Pero ahora hay pandillas. Amenazan a los míos. Vos tenés suerte de haber renunciado.
— No renuncié — Recordó Quijote. Me despidieron. Pero esto no lo dijo. En cambio, finalmente, se animó a decir:
— ¿Puedo preguntar por qué deseabas verme? ¿Por qué es un día de suerte para mí?
— Vos sos como todos los demás — dijo con tristeza el Dr. Sonrisa — . Yo, yo, yo.
Asintiendo con la resignación magullada de un hombre que ha trabajado desinteresadamente para el beneficio de otros y sufre por la falta de aprecio y amor del mundo egoísta, le indicó el maletín que traía.
— Esto lo mantendrás en un lugar seguro — dijo — . Adentro vas a ver sobrecitos blancos. Cada sobre contiene un spray SonRisa™, y tienen que entregarse todos los meses directamente en la mano de la dama. A este procedimiento ella ha accedido.
— La dama se encuentra enferma?
— La dama es muy importante.
— ¿Pero es una persona con requerimientos médicos?
— Es una persona a quien deseamos complacer.
— Y esto es lo que querés que haga — dijo Quijote. Su tono de abatimiento reflejó el de su primo. -Complacer a una persona que no está enferma.
— Preguntame el nombre — dijo el Dr. Sonrisa — . Y entonces veamos qué te parece.
Cuando se dijo el nombre en voz alta, se hizo un gran resplandor en los cielos que descendió sobre Quijote en una cascada de felicidad. Sus penas no habían sido en vano. Había abandonado la razón por el amor y ahora, en el valle de las maravillas, el nombre de la Amada flotaba en el aire frente a él como una imagen en la pantalla plana de un televisor gigante. Se le ocurrió que sentía un gran amor por el hombre que había obrado para que ocurriese este milagro.
— Te amo — le dijo al Dr. Sonrisa.
El doctor, que estaba con la mente en sus problemas, se sintió sorprendido y horrorizado por el comentario.
— ¿Qué decís? — preguntó.
— Te amo — repitió Quijote. El resplandor todavía descendía y ahora, tal vez, un coro celestial empezaba a cantar.
— Los hombres no dicen esas cosas a otros hombres — dijo el Dr. Sonrisa rotundamente — . Sí, claro que hay “te amos” de amor familiar e incluso entre primos, bueno, aunque el tono de la voz cambia. Es casual, como los besos en el aire cerca de la mejilla. ¿Pero qué es esto de «te aaamo»? Menos emoción, por favor. No somos marido y mujer. Decile a la dama — dijo el Dr. Sonrisa cambiando de tema — , que estamos haciendo mejoras al producto continuamente. Vamos a superar nuestros obstáculos y procederemos. Pronto vamos a tener un comprimido chiquito, de solo tres milímetros de diámetro, 30 microgramos. Va a ser diez veces más potente que el spray SonRisa™. Decile que, si quiere, esto también puede estar disponible.
Después Quijote giró la cabeza, los pájaros del parque dieron vueltas sobre él un un baile fantasma, y tuvo un agón, una tremenda lucha interior, en donde todo su ser estaba en conflicto, una disputa en la que él era protagonista y antagonista al mismo tiempo. El primer Quijote se regocijó, Mi amor está muy cerca, mientras que el segundo objetó Me piden que haga algo que no es honorable, ¿y no somos acaso hombres de honor? El primero gritó El milagro está sobre mí, no puedo negarme, y el segundo contestó Ella no está enferma y esta medicina es para enfermos terminales.
Luego tuvo un pensamiento herético. ¿Era posible que ella, la Amada, fuera indigna? Lo que a él le estaban pidiendo que hiciera estaba mal, pero aun así, ella lo pedía. Una reina no le pedía a su caballero, que llevaba su favor en su yelmo, que hiciera tareas inmorales. Entonces si ella quería esto, entonces no era más reina de lo que él era caballero. Su demanda y su cumplimiento de esa demanda los destronaría a ambos del pedestal y los arrastraría al barro juntos. Y paradójicamente, pensó, si ella ya no era una reina, entonces ya no estaba fuera de su alcance. Su caída de la pureza la hacía mortal, humana y, por lo tanto, alcanzable.
El Dr. Sonrisa estaba diciendo algo. A través del torrente de sus pensamientos, Quijote escuchó que su primo decía:
— En cada sobre, también hay Narcan, en caso de necesidad. En formato de spray nasal y auto inyectores”.
Narcan era naloxona, la medicación elegida en caso de una sobredosis de opioide.
— Narcan, bien — dijo Quijote. Pero su mente estaba prácticamente en otro lado y el Dr. Sonrisa se irritaba cada vez más.
— ¿Qué te pasa? — espetó — . Tal vez no sos la persona para este trabajo tan simple. Tal vez ya te volviste muy loco y estúpido. Tal vez ya no se puede confiar en vos y tengo que buscar a otra persona.
¿Vieron esas películas de explosiones a la inversa? ¿Donde todo — ffwwwappp — vuelve a ser como era y el mundo está entero de nuevo? El efecto de estas palabras en Quijote fue así. Estaba alerta y presente y no iba a dejar que esta oportuindad se le escapara. Iba a hacer lo que su Amada quería que él hiciera y lo que sera sera. Se enderezó y habló con claridad y firmeza.
— Soy el hombre que buscás.
— Muy bien — dijo el Dr. Sonrisa, apurado ahora.
Sacó un papel del bolsillo de su abrigo y se lo dio a Quijote.
— Esto es todo lo que necesitas. Información de contacto, cómo, cuándo, dónde y la suma que debe recolectarse. Estaré en contacto.
El celular del Dr. Sonrisa vibró.
— Mi buena esposa — dijo.
Ahora él estaba distraído.
— Me tengo que ir corriendo Sí, literalmente, me tengo que ir corriendo. Un hombre como yo. Es lamentable. Tengo abogados. Vamos a dar pelea. Voy a volver. Como el Zorro, ¿no? Volveré.
Entre los dioses y los hombres y mujeres mortalas colgaba un velo y su nombre era maya. La verdad era que el mítico mundo de los dioses era el verdadero, mientras que el mundo supuestamente real habitado por los seres humanos era una ilusión, y maya, el velo de ilusión, era la magia que los dioses utilizaban para persuadir a hombres y mujeres de que su mundo ilusorio era real. Cuando Quijote vio a la señorita Salma R. caminando hacia él en el parque, sin atraer ni una mirada por parte de los seres terrestres por los que pasaba, entendió que su poder sobre lo real era inmenso y también, que estaba a punto de experimentar algo que muy pocos seres de carne y hueso podían experiementar: iba a cruzar el velo y entrar al reino de los bendecidos, donde las divinidades se divertían.
Había ensayado muchas veces lo que quería decir. Le entregaría el sobre con una leve inclinación de la cabeza y diría “Esto lo envía el Dr. R. K. Sonrisa con todo respeto y viene con una breve historia y gran admiración de mi parte”. Si sus poderes de encanto no se habían desvanecido por completo, ella le permitiría contar la historia. Era una historia estadounidense. Entre los viajantes de Mayflower había una historia de amor. Miles Standish le pidió a John Alden que presentara su caso a Miss Priscilla, quien contestó: “Habla por vos, John”. Y él, Quijote, le diría a Miss Salma R. “Estoy acá en representación de otro hombre, pero si tengo permiso yo también deseo hablar por mi”.
Ella estaba frente a él. Él había cruzado el velo. Se quedó parado frente a ella como un tonto y tartamudeó.
— Apurate, querido — dijo ella — . Hay ojos por todas partes.
— Esto lo envía el Dr. R. K. Sonrisa con todo respeto — empezó — . Y viene — continuó — con una breve historia y con gran…
Ella le arrebató el sobre con su mano derecha enguantada. Él lo sostuvo lejos de ella.
— No, no, no — dijo con espanto — . Esto no iba a ser así. No iba a ser así en absoluto. Tu sobre por el mío. El pago por la entrega.
Ella se alejó un paso, con un grito ahogado. Luego, desde las profundidades de su saco Moncler, apareció un sobre. Lo tiró al piso.
—Está todo ahí -dijo — . Ahora tirame el tuyo.
No tenía forma de saber si la suma requerida estaba en el sobre en el suelo. Pero ella era su Amada y él tenía que confiar en ella. -Señora, atrapelo -dijo, y le tiró lo que quería.
Ella lo atrapó y corrió.
— Viene también — dijo desesperanzado, con lágrimas en los ojos — con gran admiración de mi parte.